Divorciada del mar
4/12/2012
El mar: he ahí la España que ignora España.
Alguna vez antes de ahora, ha señalado nuestra pluma, que el primer problema que plantea la vida de un país, es el de la interpretación de su naturaleza. Los destinos de un pueblo están impresos en el perfil de sus características naturales. Hay que desentrañarlos, traduciendo la naturaleza en pensamiento. Hay que dinamizarlos, haciendo de ese pensamiento conciencia política. Y hay que realizarlos, recogiendo la conciencia popular en actos de gobierno.
Pues España, gloriosamente cargada con un lastre de muchos siglos de historia, aun no ha resuelto más que a medias, su primer problema vital.
España se ignora a si misma en cuanto ignora el mar, la vida del mar, el trabajo del mar, los intereses del mar. Las tierras centrales -fatigadas y yermas- en un divorcio secular. Como si España se holgara en desdeñar ese inagotable manantial de riquezas que el mar le ofrece, ciñéndola con una diadema de esmeralda.
¿De donde nace el mal de esta invencible incomprensión? España -la España oficial- comienza a colocarse de espaldas al mar en el siglo XVI, al consolidarse la hegemonía de Castilla. La aventura de Colón fué la última empresa marítima que tuteló el Estado español. Porque las que siguieron a aquella, aunque se desenvolvieron parcialmente en la mar, no fueron propiamente empresas marítimas. Fueron empresas bélicas, conquistas Sus héroes no se llaman navegantes como en la gesta del Descubrimiento. Se llamaron conquistadores, caudillos...
El régimen de centralización, tan radicalmente impuesto por los Reyes Católicos, hubo, necesariamente, de moldear los hombres que en la sucesión de los reinados lo fueron desenvolviendo. Y así la gobernación del Estado fué siempre obra de espíritus de secano, insensibles a la emoción del mar. Lo mismo cuando aquella estuvo detentada por favoritas y válidos, apenas atentos más que a los comadreos de la corte, que andando el tiempo, durante regímenes ya constitucionales.
Es verdad, sin embargo, que en estas últimas etapas tuvieron frecuente acceso a los Consejos de la Corona hombres del litoral. Pero más verdad es, que cuando este linaje de políticos llegaba a influir en los destinos públicos, ya había perdido el nativo sentimiento del mar, al que se asomaba solamente por el estío, en ocios meramente playeros. El resto del año lo vivía en la corte, cultivando su ambición de hacer “carrera”, plegándose y adaptándose al ambiente cuanto fuese preciso hasta “triunfar”. De esta suerte, aún los hombtes del litoral por su origen, se convertían en hombres de tierra adentro por adopción.
Así como el mar disgrega y dinamiza, la meseta absorve y sedentariza. En ese tipo de gobernantes de condición marítima “a nativitate”, se ofrece bien claro el fenómeno. Absorvidos y sedentarizados muriera en ellos la inquietud originaria, en el supuesto de que alguna tuvieran. Y cuando llegaban a pulsar los resortes mágicos de “La Gaceta”, jamás sentían el deber de emplearlos para favorecer los intereses del mar.
La incorregible reincidencia en los errores de esta política acarreó consecuencias funestas. No lo es poco la de que una nación con 3144 kilómetros de perímetro costero, enclavada en la confluencia de los mares de la civilización, no haya tenido nunca una marina de guerra, ni una marina mercante poderosas. Fué señora del mundo ¿Y en dejar de serlo cuanto habrá influído el no saber hacerse cargo a tiempo de que tercios y virreyes, sin barcos, no bastan para dominarlo? ¿Se han dado cuenta los gobernantes españoles de como la incomprensión del mar ha precipitado la decadencia de España?
Al mismo achaque se debe, en una esfera más interna, la crisis de las industrias del mar. Es verdad que en este orden de actividades económicas, España alcanzó un desarrollo notable. Su potencialidad pesquera, si bien no es -debiendo serlo- la primera de Europa, se aproxima bastante a ese envidiable exponente.
Pero esa potencialidad no surgió, ni mucho menos, mimada por estímulos del Estado. Surgió, a pesar del Estado. A pèsar de la absoluta indiferencia y del desamparo en que siempre fueron tenidas las industrias del pescado, tanto primarias como derivadas. ¿Qué esplendor no hubieran alcanzado si la protección oficial, derramada prodigamente sobre tantos negocios -claros o turbios- de escasas trascendencia económica para la nación, se dispensara con equidad, ayudando un poco los esfuerzos exclusivamente particulares, que alumbraron y sisitematizaron la producción de esa formidable fuente de riqueza, que es la pesca?
Las demandas de la costa, nacidas de la cronicidad de los problemas, de la agudización de las necesidades de la violencia y repetición de los ataques inferidos por extrañas intransigencias llegan al páramo, congestionado y perezoso. No despiertan su enemiga. No despiertan nada, que es peor aun.
Las reclamaciones parten del litoral, encendidas y vibrantes mientras no se posan en la Babilonia del balduque. Allí se apagan. Allí, también se sedentarizan. Pierden la palpitación de sinceridad y ganan... una capa de moho.
Así... ¿hasta cuando? Hasta que España sea reflexiblemente lo que es naturalmente. Hasta que se redima de esa tara ancestral que le impide, a pesar de ser un país eminentemente marítimo, amar y comprender el mar.
Hasta que España, en fin, deje de ignorarse a sí misma y resuelva integramente su primer problema vital, volviendo sus desalientos hacia el plasma sangíneo del mundo, que es el mar.
ENVIO:
A D. José Tejero y González-Vizcaíno, paladín del mar en coincidencia de pensamiento.
V. PAZ-ANDRADE
15 de novembro de 1927
*Primeiro artigo publicado por Valentín Paz-Andrade na revista Industrias Pesqueras que dirixiría durante máis de corenta anos.